INCOMUNICACIONES EN LA CIUDAD: MIEDOS Y CONFLICTOS
Las ciudades viven en conflicto.
Puede parecer que ahora hay más tensión que nunca. Pero la ciudad
siempre ha sido un lugar en el que se busca seguridad al tiempo que su vivencia
está llena de incertidumbres. Cuando se levanta la muralla de la ciudad, de un
lado quedamos nosotros, los que nos conocemos, los que hablamos el mismo
idioma; afuera quedan los otros, los extraños, los que no hablan el idioma: bárbaros (de bar-bar, balbucear). Dentro, la
certidumbre; afuera, lo incierto. Sucede que el miedo viaja con nosotros y
habita también en el interior de la ciudad: miedo al extraño, miedo a la interpelación de lo nuevo, miedo a lo que
modifica el barrio tal como lo hicimos...
En los últimos años las ciudades ganaron autoestima. Cada vez hablan más y mejor hacia afuera, hacia el mundo. Un mundo donde la ciudad es el espacio del 70% de la población.
Pero al tiempo que las ciudades logran hablar hacia afuera, (Marca Ciudad, por ejemplo, uno de los temas de los que se habló en la Cumbre de Comunicación Política) parecen todavía incapaces de mejorar las conversaciones hacia adentro; ciudades cada vez con menos diálogos públicos.
Los problemas que viven muchas
ciudades en la convivencia entre locales y extranjeros son una metáfora del déficit de diálogo en la ciudad. La llegada del extranjero “instaura” un territorio
fronterizo: el "otro" se instala en "nosotros". A partir de su llegada, el micro espacio de la calle o de la plaza
se transforma en un lugar de encuentros y desencuentros por el que circula una
verdadera energía revitalizadora y también una tensión creciente. Acentos, idiomas, creencias, malentendidos, nuevas palabras, aprendizajes, intercambio, negocio, acuerdo, cortocircuitos, incomprensiones.
Cuando existen mecanismos de
diálogo entre los que se encuentran (esas mínimas reglas de cortesía de
presentarse, de mostrar humildad y hospitalidad, de obsequiar al nuevo) las
tensiones y problemas entre extranjeros y vecinos locales tienden a dirimirse
de un modo pacífico y calmado. Por el contrario, cuando las mínimas habilidades
de comunicación y empatía no se dan en ninguno de los actores que juegan
cualquier tensión puede desencadenar el conflicto.
Esto que es sumamente obvio para
cualquiera termina siendo una
pared en la que se golpean una y otra vez muchos gobiernos locales, por nombrar
el ámbito de poder mas urgido en afrontar el conflicto de convivencia en sus
ciudades.
Incomunicaciones políticas es el
título de la presentación que hice en la Cumbre Mundial de Comunicación Política el pasado 15 de mayo en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en
ella se exploraba con más ánimo práctico que científico la siguiente paradoja
(que debería alegrarnos): precisamente en la frontera, en la zona de traducción, está el secreto para sacar mejores conclusiones de
muchos conflictos urbanos.
Pongamos el caso de una calle
ideal: digamos, la calle del Norte, una vía algo decadente en el viejo centro de una
ciudad europea. Vecinos de siempre, gente mayor en muchos casos, rentas bajas,
cierto abandono municipal. Como el lugar es barato, poco a poco llegan
inmigrantes. Los vecinos locales se cruzan con los extranjeros pero ninguno de
los dos emprende el camino del mutuo reconocimiento: no se presentan, no se
saludan. Al fin y al cabo, eso es lo normal en la gran ciudad.
Al tiempo se instalarán un par de
comercios de extranjeros. Eso hace que la gente se conozca un poco más: el
muchacho boliviano que atiende la frutería es un tipo simpático y el mejor
embajador de su comunidad en esa parte de la calle.
Pero también hay comerciantes de la
calle que no ven con buenos ojos la nueva frutería. Incluso empieza a correr un
rumor: la fruta que vende el muchacho es regada con aguas en mal estado. El rumor corre también como un arma del que se ve afectado por algo: un sistema defensivo cuando nadie responde sus inquietudes.
De momento la visibilidad de los
nuevos vecinos es pequeña. Unos los quieren más y otros menos. Y lo cierto es
que problema más o problema menos lo que no han hecho es sentarse y presentarse:
- Hola, me llamo Mohammed y soy nuevo en el barrio
- Hola me llamo Manuel y
vivo aquí desde que era un niño.
Pasa el tiempo y la calle cambia. Hay más extranjeros y de lugares más exóticos. Hay
marroquíes y dominicanos, bolivianos y chinos, pakistaníes y rumanos. Un día
los vecinos de siempre ven que hay una cincuentena de musulmanes rezando en la
vereda. Se enteran de golpe que hay una "Mezquita" en un viejo almacén de
camiones.
El rumor corre, sobre todo,
cuando no hay diálogo. Sin información oficial, se elaboran explicaciones
caseras: el rumor lo que necesita es responder preguntas. Los musulmanes han “levantado una Mezquita”, dice la gente (es un simple oratorio, muy común en el Islam; la Mezquita está en cualquier lugar donde se pueda rezar. Sin
embargo Mezquita nos remite a ...edificio, minarete, presencia física potente en un
lugar). El rumor corre cuando cada uno se siente implicado así que quienes lo
hacen correr agregan sus propias experiencias de shock ante los musulmanes: el que transmite el rumor "siempre sabe de lo que habla". La
ansiedad es un combustible imprescindible para la expansión del rumor: instalar
mezquitas en el 2001 o en el 2004 sonaba tan cercano a los atentados de Al
Qaeda en New York o Madrid…
Cuando el poder local se entera
de la existencia del conflicto, el rumor ha corrido y recorrido la calle y
parte de la ciudad y el simple oratorio de 50 personas se convierte en un
símbolo de la arrogancia de los musulmanes poblando las ciudades europeas.
El foco de los medios, ya
sabemos, potencia las dosis maniqueas de la situación y puede ayudar a
polarizar las posiciones.
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Mezquita No, Mezquita Sí: sólo un síntoma de otras ansiedades |
"Mezquita No, Mezquita Sí" se convierte en el grito
de guerra de personas que podrían perfectamente entenderse.
Es una receta tan vieja que el
diálogo y la empatía entre las partes ayuda a reencauzar los conflictos que
resulta sorprendente con cuanta frecuencia se olvida por parte del poder.
Los conflictos barriales a causa de
la presencia de extranjeros son uno de los ingredientes que nutren los
discursos contra la inmigración (en realidad se trata de una lluvia que cae
sobre un terreno mojado por la ansiedad, el miedo al futuro o los estragos del
desempleo). Todo el trabajo que se haga en la
distensión de esos conflictos ayuda a frenar el discurso del
desprecio.
En una frontera lo más importante
es la traducción. Eso es lo que permite comunicar un lado y otro lado. La
comunicación tiene que ver con eso. (Comunicar no es
sólo emitir un mensaje hacia un emisor por medio de un canal. Es codificar y decodificar el mensaje en
función de la propia mentalidad y el propio lenguaje).
Gran parte de la comunicación del
poder en situaciones de conflicto urbano no sólo llega tarde: suele no aprovechar los mecanismos de la traducción y potencia que cada parte hable su propio idioma, sin entenderse
1) No siempre diagnostica lo que pasa. Como no hay buenos mecanismos de diálogo con los barrios y con los distritos, el poder se entera tarde de lo que sucede. Suele tomar el efecto por la causa. Si el conflicto estalla por una mezquita, se dedica a intentar arreglar ese asunto. E ignora la secuencia de hechos previos que condujeron al conflicto. Es recomendable que el poder agarre una silla y se siente con paciencia a ver la frontera en toda su dimensión, con las múltiples fuerzas que la habitan.
2) No sabe escuchar de manera activa. En realidad escucha a los interlocutores del conflicto con la intención de apaciguarlos, que no es entenderlos. Teme que los
actores se comuniquen entre sí y prefiere hablarle a cada uno por separado sin
esforzarse en que ambos se conozcan cada vez mejor. No sabe escuchar y, lo que es peor, no sabe propiciar que la gente se escuche entre sí. Para muchos poderes locales la sostenibilidad consiste en un carril bici y folletos de reciclaje de basura. Ciudades sostenibles son ciudades que se comunican entre sí.
3) No tiene claro lo que quiere (decir). Alecciona a las partes con
un discurso unidireccional en lugar de potenciar la negociación flexible. Y, en
demasiadas ocasiones, prefiere incluso no comunicar a la espera de que la
tensión desaparezca.
Pero la tensión no se crea ni se destruye se transforma,
como lo dice la Ley de la Conservación de la Energía que todos conocemos desde
hace muchos años.
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