YO, ARGENTINO
Una mujer desesperada se
queja ante la cámara de televisión. Hace seis días que no tiene luz ni agua en
su casa. La comida se descompone en su cocina, el calor es insoportable sin un
ventilador apenas y tiene que bajar cuatro pisos a recoger agua de un surtidor
para después volverlos a subir escalón tras escalón en un edificio a oscuras.
La compañía eléctrica no responde. El poder político, tampoco. No vive en un
punto alejado de la capital, ni en una ciudad olvidada de una provincia del
norte argentino. Está en uno de los barrios céntricos de Buenos Aires que viven
estos días de bochornoso calor una muestra más de la descomposición del país. Como
la comida en una heladera apagada, lo público se fue pudriendo irremediablemente en Argentina
2013 empezó con
inundaciones en la ciudad de la
Plata que arrastraron unos 40 muertos y mostró hasta que
punto los dirigentes políticos eran ineptos para la previsión, lentos en la
reacción, insensibles en la relación con los ciudadanos y altamente incapaces para
la solución en una situación de crisis.
2013 termina con otro escenario
de crisis en el que se mezclan 38 grados de temperatura, apagones y cortes de
agua en casi toda la capital y la resaca de unos extraños saqueos durante una
huelga policial en 15 de las 23 provincias de país con un saldo de una
treintena de muertos. Todo el año ha sido una trágica metáfora de cómo funciona
hoy el mecanismo del Estado en la
Argentina : cada situación de conflicto es contestada con un
levantamiento de hombros y un “¿qué quiere que haga?” que desorienta e indigna.
En Argentina existe un
modismo que resume bien el espíritu con el que los dirigentes responden a las quejas
de los ciudadanos: “Yo, argentino”. Es un sinónimo de “yo no me hago
responsable”. Es una forma de desentenderse. El origen es confuso pero algunos
lo atribuyen a la fórmula que usaban los argentinos en Europa durante la
I Guerra Mundial como exhibición de la
neutralidad del país. Yo, Argentino es, ahora, toda una declaración de
irresponsabilidad sobre los actos.
Aunque la democracia vive
horas bajas en todas partes del mundo, hay cierto intento de empezar a
establecer una relación más madura con los ciudadanos. Los manuales políticos
más modernos recomiendan saber manejar el lado emocional de los electores,
comprender sus angustias y sus reclamos más precisos; aconsejan
argumentar y explicar, porque el ciudadano quiere ser tratado con la inteligencia
que tiene. Todo eso, en Argentina no hace falta.
Sorprende que, ni siquiera
por la atención debida a las encuestas de imagen,los dirigentes políticos parecen
no sentirse ni rozados por la responsabilidad de rendir cuentas y dar
explicaciones de sus actos. Se han visto generadores eléctricos instalados en
las calles donde viven políticos. Se ha visto en algunos barrios la reanudación
del servicio eléctrico sólo durante el tiempo que duraba un reportaje en la
televisión y por la amenaza de las cámaras.
Esa desfachatez en mostrar
la capacidad de influencia propia y la indiferencia ante los problemas de los
demás, que no tienen influencia, sólo es posible cuando ya no hay razones para
sentir pudor. Es la sensación previa a un hundimiento. Que cada uno encuentre su
salvación como pueda. En Argentina rige ya sin impunidad una regla perversa: el capitán primero; mujeres, ancianos y niños, al final.
Entre el gremio de los
expertos en el lenguaje corporal, se le atribuye al argentino David Éfron la
recuperación de la ciencia que estudia los gestos. Los que sabe, dicen que hay un patrón
gestual que identifica a los argentinos. como a otros pueblos. Son gestos que todos entendemos. En nuestro caso es levantar los hombros, hundir el
mentón, arquear la comisura de los labios y pensar ¿y a mí qué me decís?
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