HOUELLEBECQ EN LOS TIEMPOS DE LA DESESPERANZA
Un día le
preguntaron a Hassan en su escuela del suburbio de París: “¿Cuál es tu país?”
Hassan, que
tenía 17 años en ese momento, hijo de argelinos musulmanes pero nacido en
Marsella, respondió con tranquilidad: “a veces, en la calle, me siento francés;
a veces, en casa, me siento argelino; pero la mayor parte del tiempo me siento
en medio del mar. Y es entonces cuando siento que me ahogo”.
Sentirse
ahogado en medio de la nada es un sentimiento muy común en cualquier persona
que haya hecho un viaje migratorio. Y cada vez más común en cualquier europeo
joven tocado por la crisis.
Nos pasó a
todos y nos seguirá pasando siempre. Cuando
emprendes un viaje ya no estás en ninguna orilla definida. Tan sólo flotas en
medio de un mar confuso de códigos, lenguajes, costumbres y expectativas.
Si eres
capaz de ser agua y fluir entre esos mundos, tu vida puede ser maravillosamente
variada, colorida, rica. Si eres capaz…
La mayoría
de los jóvenes musulmanes en Francia, como en el resto de Europa, no quiere ser musulmán como sus padres, ni añora los países de sus padres, que a veces ni
conoce.
A los muchachos nacidos de la inmigración marroquí o argelina no les
basta con saber qué es “lo bueno” (halal) y qué es “lo malo” (haram): hace tiempo se preguntan por qué eso es bueno y
por qué eso es malo. Tampoco quieren ser franceses rubios de cuello colorado
porque saben que nunca lo serán. Diferenciarse es una forma de afirmarse.
Mientras
en Dresde (Alemania) 18.000 personas se manifiestan contra la supuesta
islamización del país bajo la convocatoria del grupo ultraderechista Pegida y en otros países europeos, desde Suiza al Reino Unido, se expande como el aceite
el miedo al Corán, el libro de Michel Houellebecq (“Soumission”) es un fósforo encendido junto a un barril de nafta.
“Sumisión”
es una novela que especula con la posibilidad de un Presidente francés Islamista en
2022. En una Francia polarizada entre la extrema derecha de Marine Le Pen y un
imaginario Mohammed Ben Abbes, líder del también imaginario partido Fraternidad
Musulmana.
Abbes, apoyado por el PSF y la UMP (socialistas y conservadores, respectivamente),
logra vencer a la ultraderecha. A partir de ahí, la Sorbona se llena de inscripciones
coránicas y un rector casado con tres mujeres, una de ellas adolescente, para
cerrar mejor el círculo del prejuicio.
Una novela
sólo es eso, una novela. Pero una novela sobre el islam en la Europa de hoy ya
no es sólo una novela. El libro, que se vende desde mañana en las librerías,
tiene una virtud y una consecuencia.
La virtud
sería la de siempre: la libertad de poder reírse de Dios, Allah, Yahvé y no
morir en el intento (nada más estúpido que las fatwas lanzadas por líderes
religiosos musulmanes contra creadores que cuestionan el fanatismo de la
religión, desde Salman Rushdie hasta las viñetas irreverentes de Kåre Bluitgen
sobre Mahoma (¡viva la blasfemia si nos hacer reír, por favor!) pasando por el asesinato
del cineasta holandés Theo Van Gogh a manos de un descerebrado Mohammed Bouyeri, islamista
holandés de origen marroquí.
La consecuencia, de la que la Europa bienpensante debería hacerse
cargo, es que cuanto más se estigmatice al que se siente solo, más rápido se lo
echa en brazos del fanatismo.
La inmensa
mayoría de los musulmanes en Francia no responde ni de lejos al estereotipo de
un barbudo calzado con Kalashnikov bajo su chilaba.
De los 6
millones de musulmanes que hay en Francia, más de la mitad son bastante
jóvenes, viven su identidad entre un islam casero, más cultural que dogmático,
y una calle republicana y laica.
Comparten
lugares precarios en la sociedad: el desempleo, la desesperanza, la
marginalidad. Cada vez que se sienten rechazados en las oficinas de empleo o en
los apartamentos que no pueden alquilar bajan un escalón más hacia el infierno
fanático.
Como Hassan, se ahogan cada vez un poquito más y buscan su redención
de cualquier manera.
Pero lo
mismo sucede en el lado no musulmán. Cada vez que un obrero desempleado de
Toulouse o de Rouen (pongamos un Pierre Martin corriente) se indigna con los musulmanes rezando en la calle (una de
las principales quejas en las encuestas) suele ser catalogado de racista por
los partidos políticamente correctos y así, triste y resignado, corre a las
filas de la extrema derecha que parece hablarle en un lenguaje que entiende: el
de la contención.
Esta no es
una historia de religión ni de dogma. Esta es una historia de miedo y soledad. Tanto
de los muchachos hijos de la inmigración del arrabal metropolitano como de los
muchachos nativos franceses sin más expectativa que una vida más pobre que la
de sus padres.
Libros
como el de Houellebecq, más allá de su calidad literaria, son como barcos que
agitan las aguas en las que tantos muchachos como Hassan o Pierre se ahogan en
un mar de insatisfacción.
Y cada uno nada a la orilla que puede, buscando el
refugio. Mientras, los partidos políticos, más cobardes que de costumbre, van
haciendo sus cálculos electorales para ver qué rédito les da tanta y tanta
desesperanza.
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