TOUCHE PAS A MON POTE
"Je suis Charlie", "Je suis pas Charlie", "moi non plus", "moi aussi"… de todas las frases en francés que escuchamos
estos días tras los asesinatos en París hay una que ni se recuerda: "Touche
pas a mon pote". Se podría traducir por "no
te metas con mi amigo".
La frase la acuñó
el periodista Didier François y se convirtió en el eslogan de SOS Racisme, la
organización liderada por Harlem Désir en los años (1985) en los que Francia se
daba cuenta de la cantidad de inmigrantes magrebíes que ya paseaban por sus
calles y habían hecho de París o Marsella su lugar. Cosa que no parecía
gustarles mucho a los franceses “de souche” . Nadie hablaba de islamistas. Sólo eran molestos inmigrantes.
Era un grito que
mantenía implícita la segunda parte de la frase: "no te metas con mi
amigo, o te las verás conmigo".
Hoy el "amigo" debería ser cualquiera que esté dispuesto a defender el derecho a reírse, a blasfemar
o a ridiculizar lo que considere. Sin peros.
La caricatura es
en sí misma un hecho de exageración para resaltar los aspectos más
identificables del personaje: ojos saltones, boca grande, tres pelos
en la cabeza. Como el chiste. Como los rasgos marcados del mimo. Gracias a
eso nos acercamos a los defectos propios con más libertad y con menos drama.
"Un hilo de cobre
se hace cuando dos catalanes estiran un céntimo". "Un argentino para suicidarse
sube a su ego y se arroja". En la serie británica Little Britain de vez en
cuando oíamos a Lucas, uno de los protagonistas: "Gran Bretaña... Tierra de
adelantos tecnológicos. Hace más de diez años que hay agua corriente... y un
túnel que nos lleva a Perú, e inventamos el gato". Lou Todd y Andy Pipkin, los dos
actores principales de la tira, solían representar a dos hermanos dependientes
de los servicios sociales, uno de ellos un falso discapacitado que sólo repetía:
"Quiero eso. Ya no lo quiero". En Japón el miedo al ridículo
es muy fuerte y paradójicamente como más se divierten es viendo a comediantes
(normalmente feos) ridiculizados en la tele por famosos (normalmente lindos). En
El Verdugo (Berlanga 1963), una gloria de humor negro español, el protagonista hace lo que sea para que su
hija se case con un joven al que quiere transferirle su puesto público: verdugo
en los años de la pena de muerte en España.
En todo eso no hay ofensa: hay representación
exagerada, que es lo que pretende una caricatura, para hacer más visibles los
rasgos del absurdo. Quien hace
ese trabajo, sea con un dibujo, con una crónica, con un libro, con una
película, con una foto o con una canción, él que lo hace en un bar de pueblo o
en la redacción de una gran revista, el que lo hace solo ante el mundo
exponiéndose o arropado, es nuestro amigo. Touche pas a mon pote.
En esta portada de
Charlie Hebdo Mahoma se agarraba la cabeza y se
desesperaba: “es duro ser amado por tanto idiota”. No es a Mahoma al que se
ofende. No es al Islam ni al creyente. La portada se ríe del idiota. Uno que
puede adquirir diversas formas: capucha blanca quemando casas de negros; camisa
parda destrozando con palos una vidriera; acríticos militantes de un partido
avalando o minimizando un caso de corrupción de su dirigente. El idiota
acrítico está en todas partes y en todas latitudes; es blanco, negro, amarillo,
judío, musulmán o católico. Su único credo suele ser cierto fanatismo
(demasiado impostado a veces como para ser sincero). Y eso no es una religión. Es
un error.
No siempre se trata de atacar el fanatismo. También se ríe del delito, como los casos de pedófilos en la Iglesia Católica.
Es amigo Chaplin
cuando se burla del Gran Dictador o Michael Moore cuando se reía en la serie TV
Nation de las sectas milenaristas que esperaban el fin del mundo en el 2000. Es
amigo Crumb cuando dibuja sus propias paranoias. Y lo es Zack Galifianakis en Between Two Ferns cuando le
preguntó a Obama: "¿Qué se siente al saber que es el último presidente
negro de los Estados Unidos?"
Si una mirada te
lleva a ver el acto necio de tal forma que nos quede grabado, a ponerlo en
evidencia y que se ridiculice a sí mismo, esa es una mirada amiga. Así que
Touche pas a mon pote.
¿Qué debería hacer
la muchacha con minifalda groseramente piropeada por tres albañiles zafios?
Ponerse pantalones, alargar su falda, cruzar de vereda… Cualquiera de esas
escenas serían deprimentes. Son renuncias. La que nos divertiría quizás sería una en
la que ella les diga barbaridades sobre su flacidez o su olor.
La felicidad,
según Bernard Shaw, debería ser como el trigo: nadie que no sea capaz de
producirla debería recibirla. Y si produces tristeza y amargura por actos que
son sólo tu decisión, no la de ningún dios ni de ninguna religión, deberás
estar preparado a 1000 años de escarnio y que se rían de ti en cualquier rincón del
cielo y del infierno.
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