ARGENTINA SIN PALABRAS
Cuentan que los jóvenes argentinos que empiezan su carrera en
la facultad manejan un vocabulario de unas 500 palabras. Bastante poco si
pensamos que hace 15 ó 20 años lo normal era que ese muchacho contara con un
léxico más rico, unas 2000 palabras más o menos. Los lingüistas estudian este
fenómeno y dan el dato pero cualquiera de nosotros, simples mortales, podemos
percibir fácilmente como se empobreció el lenguaje. En la ferretería leemos un cartel: “No
vendemos un `coso para la cosita” .
Menos palabras es menos matiz. El camino directo a un mundo en
blanco y negro. La muerte del gris.
La campaña electoral argentina es un reflejo (o una referencia)
de esta “creciente tasa de pobreza léxica” que nos aleja del diálogo y nos
acerca al insulto y la pedrada.
Hagamos un ejercicio. Cierra los ojos, imagina una pared muy
grande con propaganda política. Señala al azar un cartel. Ese por ejemplo: el
de la candidata a jefa de gobierno de Buenos Aires, Gabriela Michetti. Su lema:
“El que elige sos vos”.
Ahora de nuevo: señala otro cartel. Veamos que tenemos:
Darío Giustozzi, uno de los candidatos a
gobernador de la provincia de Buenos Aires por el Frente Renovador. Su lema “Yo
quiero lo mismo que vos”.
Bueno, una vuelta más y … Daniel Scioli, candidato a
Presidente de la Nación por el Frente para la Victoria e indeseado heredero de
Cristina Fernández de Kirchner. ¿El lema?. Sí, exacto: “Yo creo en vos”.
A pesar de la locuacidad argentina, o quizás a causa de ella,
se ha llegado al minimalismo electoral con mensajes corto, vacíos y girando sobre
pocas palabras: cambio, victoria, distinto, cambio justo y cosas por el estilo.
Cualquier consultor político llamará a eso “síntesis
comunicativa”. Pero no deja de ser llamativa la creciente indiferencia por el
valor de la palabra.
“Nunca un discurso pudo arreglar ni una puerta. Con
palabras no se construye una casa, no se salva una vida, no se llega a la Luna”.
Lo dice, con palabras, Mauricio Macri, candidato a Presidente por el partido PRO
en el número 9 de sus numerológicos 21puntos que muestra en la web. Y el hombre que aspira a presidir Argentina bajo
una nueva era de diálogo y consenso.
Walter Wayar es un candidato que sacó apenas un 4% de los
votos cuando peleaba por la intendencia de la ciudad argentina de Salta pero su
spot de campaña fue uno de los más visto en todo el país. Varios personajes
famosos y mediáticos lo saludaron a pesar de su fracaso en las urnas porque en
internet su éxito fue contundente: tuvo 500.000 visitas. Si hubieran sido votos, hoy sería el jefe.
Wayar aparecía bailando en camiseta y pantalón deportivo al
ritmo de Vuela Vuela y asegurando que
él no hace promesas; él trabaja. El baile dio la vuelta al país. Pero antes de
que bailara, el spot lo muestra en una mesa presidencial simulando, como en un
karaoke, los discursos con la voz real de ex presidentes como Menem, De La Rúa o
Duhalde.
Menem prometía una base espacial para ir de Buenos Aires a Corea en
una hora y media. Duhalde aseguraba solemne, tras la crisis de 2001, que “aquellos
que habían depositado dólares recibirían dólares”, lo que nunca pudo cumplir.
De La Rúa no usaba una Ferrari (como Menem) aunque tuvo que dejar la casa de
Gobierno en un vehículo mucho más rápido: el helicóptero. Para Wayar la palabra
no es un instrumento de la comunicación sino de la decepción.
El que calla otorga así que una campaña con pocas palabras
indicaría que no hay demasiado que cambiar. Es raro escuchar una idea o una
propuesta sobre el futuro de las jubilaciones, la reforma del sistema
educativo, la propuesta para una red de infraestructuras o la proyección que
Argentina piensa tener hacia el mundo a partir del año que viene.
Pero si las palabras son escasas y los mensajes verbales en
extremo simples, más llamativo aún es el lenguaje no verbal que manejamos, el
que habla a través de los gestos. Si quieres entender mejor a un político, fíjate
en lo que no dice con palabras. En lo que dice con los gestos.
Uno de los candidatos con mejor posición en la provincia de
Buenos Aires (Francisco de Narvaez) es el adalid de la lucha contra la
inseguridad y el respeto por la vida, pero se permite embocar una trompada
certera a un periodista y le parte literalmente la boca por un artículo
presuntamente infamante.
La distancia entre lo que dice y hace el político en
argentina quizás no sea mayor que la media mundial, pero es más descarnada. Y
al igual que el abandono de la palabra como recurso, no es patrimonio de los
políticos.
Decía Julián Marías que los argentinos “aman tanto la
contradicción que llaman "bárbara" a una mujer linda, a un erudito lo
bautizan "bestia", a un futbolista "genio", y cuando
manifiestan extrema amistad te califican de "boludo", pero si el
afecto y la confianza es grande, entonces sos un "hijo de puta"...
Esa facilidad para la contradicción, para decir una cosa y
hacer otra o para decir una cosa que no tiene nada que ver con la realidad da
lugar a escenas curiosas.
El viceministro de Seguridad de la Nación, Sergio
Berni, afirmando ante las cámaras que no entraban bengalas en el campo de Boca durante
el partido con River (que terminó con el escándalo del gas pimienta), pero la
televisión mostraba un concierto de ellas encendidas en la grada.
O la fiscal
que investiga el caso Nisman, asegurando que la escena del crimen se
salvaguardó después de que 3 millones de personas la vieran en la tele pisando
el charco de sangre en el baño o hablando con el policía que sacaba objetos de
una caja fuerte sin guantes.
Negar la evidencia es algo muy común y abusar de la
contradicción también. Quizás por eso se dice que una de las palabras que más
inician las frases argentinas, según estudiosos como el lingüista argentino
Pedro Luis Barcia, autor del Diccionario del Habla de los Argentinos, es NO.
En mesas redondas, en debates de televisión, cuando uno de
los panelistas dice “la lecha es blanca”, el que toma la palabra suele empezar
por decir: “No, la leche es blanquecina”, para seguir diciendo lo mismo que
decía su predecesor en la palabra.
Si te dan las gracias decís “No, por favor”. Cuándo te piden
un favor, respondes “¿Cómo no?”. Si te proponen cambiar una cita, decís: “No
hay drama”.
Dice Barcia que esa importancia del NO es una manera que
tenemos los argentinos de afirmarnos frente al otro. En lugar de decir “Estoy
en desacuerdo” preferimos decir “No, usted está absolutamente equivocado”.
En el festival electoral que vive Argentina durante todo 2015
encontramos ricas metáforas sobre la pobreza del matiz y del argumento, sobre la
desmesura por la contradicción arbitraria, sobre la impunidad con la que se
dice lo contrario de lo que se hace o se hace lo contrario a lo que se piensa
aunque siempre, como reza un lema electoral, “A favor de vos”.
La pregunta sería, ¿cómo admite todo eso el ciudadano?
En el Diccionario del Habla de los Argentinos encontramos la respuesta. Una
frase frecuente entre nosotros lo explica y resume perfectamente el estado de indiferencia
casi taoísta del país: “Está todo bieen” (alargando un poco la palabra "bien")
Si te dicen: “No, todavía no arreglamos su coche”, hay que decir “está
todo bien” (lo contrario es arriesgarse a que el coche no salga en días). Si te
dicen: "Vuelva mañana con todos los papeles que le pedí", hay que decir “está todo bien” (salvo
que estés dispuesto a no hacer nunca el trámite).
“Está todo bien” es una forma
de huir del conflicto y del debate. Una forma de resignación. Y lo que hace tan aceptable un país cada vez con menos palabras y menos diálogo.
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