"SON LOS HISPANOS, ESTÚPIDO" O EL DILEMA DE DONALD TRUMP
Donald
Trump quiere ser presidente de los Estados Unidos.
A finales de los 80 ya tuvo ganas
de serlo. Y como en esa época ya había acumulado una fortuna gracias a sus
negocios inmobiliarios, sus sueños presidenciales eran pesadillas para sus
competidores republicanos: una chequera tan grande como la suya puede financiar
cualquier campaña.
Ahora
se lanza en serio. Peleará por su nominación contra otros 11 candidatos
republicanos (uno de ellos ni más ni menos que otro Bush, Jeff, gobernador de
Florida).
Como
el mismo dice en sus consejos para tener éxito en la vida, lo importante es
estar en el ojo del huracán.
Quizás
por eso, o por los estudios electorales que le dicen que puede quedarse con lo
más ultraderechista, blanco y empobrecido del electorado republicano o por sus
propias convicciones o por todo eso, no dudó un segundo a la hora de elegir su eje de campaña:
los inmigrantes mexicanos son los culpables del desempleo, de la delincuencia y
de la expansión de la droga.
Trump
anunció el martes su candidatura y fue directo al grano: México envía “drogas”
y “violadores” a través de la frontera. Por eso, si se convierte en presidente,
Trump promete construir un muro en la frontera (más de 3.000 kilómetros) y que
“México lo pague”.
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FOTO. Mariachis en San Diego. Carlos Celaya |
Dice desde su inmensa torre de Manhattan: “Están
enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas,
traen drogas, son violadores, y algunos supongo que serán buena gente, pero yo
hablo con agentes de la frontera y me cuentan lo que hay”.
Trump
es un hombre de negocios. Tiene fama de ser un gran vendedor. De esos que saben
llegar al corazón y al bolsillo de sus clientes. Por eso es probable que si
sigue en la carrera presidencial sus asesores le ayuden a entender un dilema ya
antiguo para los republicanos, si es que quieren volver al poder.
Mientras
la demografía hispana crece, aumenta la base electoral de los demócratas y se
reduce la de los republicanos. Los republicanos se ven obligados, muy a
su pesar, a construir un discurso nuevo hacia los hispanos y hacia la
inmigración (el comunismo de Castro fue el centro de su discurso para el
electorado cubano de Florida). Y eso sin perder el voto de un
electorado blanco, conservador y empobrecido que se ha radicalizado
mucho en los últimos años, precisamente por el discurso sobre la inmigración de
los republicanos.
Hoy,
cuando termine el día, casi 2000 jóvenes hispanos en Estados Unidos habrán
alcanzado la mayoría de edad electoral. Hablamos de 700.000 potenciales electores
hispanos cada año. Ese ya debería ser un argumento implacable para Trump.
La
colosal potencia de voto de la comunidad hispana, a la que Obama le debe en buena medida sus dos presidencias consecutivas, fue
uno de los grandes argumentos detrás de la reforma migratoria aprobada en
Estados Unidos (y que hoy los republicanos quieren voltear en la Cámara de Representantes)
Los
argumentos que sostenían la enorme contribución económica de los inmigrantes al país siempre
fueron potentes pero nunca suficientes.
La
Casa Blanca citaba, por ejemplo, una proyección de la Oficina de Presupuesto
del Congreso que afirmaba que la reforma migratoria permitiría un crecimiento
del producto interior bruto de EE UU del 3,3% en 2023 y del 5,4% en 2033, es
decir, añadiría a la economía más de 700.000 millones de dólares en 2023, y 1,4
billones, en 2033.
Esa
misma institución pronostica una reducción del déficit presupuestario de
850.000 millones de dólares en los próximos 20 años y un incremento de 300.000
millones en las arcas de la Seguridad Social.
Sin
duda argumentos poderosos para los economistas y los políticos, pero mucho
menos para los sectores más reacios a la inmigración, impermeables a los mensajes racionales ya que sus corazones y su orgullo están doloridos.
Es ese electorado al que Trump quiere conquistar.
Pero los números son contundentes: los hispanos hoy deciden presidencias, le guste o no al norteamericano redneck del medio oeste.
Estados como Florida, Texas o California tienen mayoritaria influencia de la comunidad hispana.
En los últimos 10 años, la población hispana ha crecido un 43% en Estados Unidos y ya son unos 50 millones de personas.
Según estimaciones del
centro de investigaciones Pew Hispanic Center, unos 26 millones puede votar y según un cálculo de
la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados (NALEO), de ellos, unos 14 millones podrían hacer efectivo su derecho a voto.
Sin los hispanos no es posible ganar en Florida, Virginia, Ohio y un buen número de estados y ciudades.
Los demócratas conquistaron a los hispanos con una hábil estrategia sobre la inmigración. Los republicanos se han distanciado de los hispanos precisamente por ese tema. Algunos, como Jeff Bush, hispano parlante y casado con una mexicana, saben que sin ellos será imposible volver a la Casa Blanca.
Comunicarse con esos votantes no es una quimera para los republicanos: son electores prácticos, familiares, religiosos, amantes del emprendimiento, laboriosos y, casi por definición, respetuosos del lugar en el que viven.
Pero ni Donald Trump ni buena parte de los candidatos republicanos parecen conectar con eso. Un grave error de comunicación y empatía con sus "clientes". Y les puede costar caro de nuevo.
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