Karma instantáneo: La polarización suele quemar a los que juegan con ella
A veces me siento con mi nieto a ver en You Tube un canal de gaming sobre accidentes de autos extraordinariamente realistas. Un momento de la simulación que nos atrapa es cuando aparece un coche que avanza por la banquina a 170 km hora, una moto desprecia la línea continua o un deportivo adelanta en una curva peligrosa y, pocos segundos después, reciben todos ellos la devolución del universo: se estrellan irremediablemente. Son los accidentes de “karma instantáneo”.
La polarización está buena para aumentar seguidores, para llamar la atención y, eventualmente, para ganar las elecciones. Incluso está buena para poner en evidencia anormalidades o errores crónicos. Hasta para simplificar debates e ir al grano de las opciones reales que tenemos delante. Todo lo que simplifique suele tener buena salida en el mercado: “estás de un lado o estás del otro”, “no hay lugar para los tibios” y todo el combo de frases obvias, tan hechas como vacías.
La cuestión con la polarización es que es un fuego que suele quemarte. Si usas palabras exageradas, frases extremas y gestos agresivos que encienden la conversación, ¿por qué obtendrías a cambio un debate calmado? Karma instantáneo.
Y así, cuando el polarizador o la polarizadora necesita sensatez para el análisis, conversación tranquila para argumentar y calma para arreglar los problemas resulta que el tren del sentido común pasó de largo. De nuevo: karma instantáneo.
Algo de ese karma le está llegando ahora al presidente Milei con el escándalo del criptogate.
Puede que no importe la investigación de la Ofician Anti Corrupción, ni que se escuche el argumento del presidente o de su entorno, si es que lo hay; puede que ni siquiera se apele al tamaño del expolio que vivió el país durante el kirchnerismo para minimizar el error de Milei: pusiste a hervir el agua y lo más probable es que te quemes si salpica.
Obviamente, la polarización no la inventó Javier Milei ni su hermana ni su amanuense Santiago Caputo. No son tan originales. El proyecto Presidential Greatness de la Universidad de Houston, por ejemplo, mide desde hace unos años el ejercicio de los presidentes de Estados Unidos y, desde hace un año, el nivel de polarización de esos presidentes a lo largo de la historia, desde el nacimiento de la nación. Trump gana en polarización, pero el segundo en la escala es Abraham Lincoln, que gobernó hace 160 años.
Recordamos muchos tiranos y estafadores como Castro, Franco, Hitler, Stalin, Pinochet o Maduro que se sirvieron y se sirven de tensar al máximo la cuerda.
Son numerosos los presidentes democráticos que usan la polarización para ganar elecciones, como lo hizo Cristina Kirchner en Argentina, Viktor Orbán en Hungría, Boris Johnson en el Reino Unido o Bukele en El Salvador.
Y cada vez son más los candidatos que la emplean para crecer en las encuestas. Nada distinto bajo el sol.
Quizás lo único nuevo es la velocidad de la respuesta a esa vieja y reciclada táctica. El feed back para el polarizador es inmediato. Sí, exacto: karma instantáneo.
En esta oleada global de gobiernos que proponen valores del mercado (productividad, rentabilidad, ganancia máxima) como solución general y que reniegan o menosprecian valores democráticos como el consenso (“no estoy en la política para hacer consensos” decía una gran polarizadora como Margaret Thatcher), los políticos son la cara visible, pero no son los únicos usufructuarios.
Sería injusto decir que la polarización es un invento de la política.
Líderes de opinión, líderes mediáticos, patrones empresariales, tecnomillonarios obtienen grandes réditos de esta vieja costumbre de tensar el debate al máximo: audiencia o popularidad, menos regulaciones para sí mismos o más para los competidores, buenas condiciones de financiación gracias a estados más chicos, la polarización es y ha sido útil para muchos actores y mucho más allá de la política.
Lo que ha pasado con el escándalo de $Libra es un aviso para todos esos actores que frotan sus manos con la radicalización del debate.
Ahora Milei difícilmente obtenga un debate sosegado sobre el criptogate como tampoco Cristina Fernández obtenga un debate sosegado sobre sus gobiernos; de la misma forma, grandes patrones y grandes empresas que guiñan un ojo a la polarización deberían estar preparados para su dosis de karma instantáneo: un error de reputación, un silencio inoportuno en una crisis, una noticia falsa pueden recibir una virulenta reacción de los clientes y del público. La polarización quema a todos los que juegan con ella.
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